Epidemiología judicial ¿Una nueva rama científica?
Raúl Zaffaroni narra en este artículo como tras la colonización y reparto del continente Africano realizado por los europeos, el capitalismo incipiente produjo graves conflictos internos que derivaron en una competencia colonial que enarboló banderas nacionalistas. Así fue como el neocolonialismo consistió en una disputa entre nacionalcolonialismos que se empeñaron en destruir África. Zaffaroni sostiene que es indispensable recordar esta historia porque no resulta útil mencionar hechos como si no tuviesen conexión ya que los nacionalcolonialismos no pudieron cometer estos genocidios en África, como tampoco los simultáneos e igualmente terroríficos en India, China, Indonesia y Oceanía, sin antes haberlos cometido en nuestra América sobre millones de indios y esclavos africanos.
Por E. Raúl Zaffaroni*
(para La Tecl@ Eñe)
Alemania en el sudeste de África.
Hace poco tiempo, las páginas interiores de los diarios informaban que el gobierno alemán indemnizaría a los sucesores de los hereros. Muchos se habrán preguntado de qué se trataba. Los informados sabrán que los alemanes entraron al continente africano en 1883 y formaron el África del Sudeste Alemana (Deutsche Südwestafrika), cuyo primer gobernador fue Heinrich Göring, el papá de Hermann. La etnia de los hereros, se sublevó y el emperador envió al general von Trotta con una orden de exterminio, que quizá sea el único documento del siglo pasado que ordena ejecutar un genocidio por escrito.
Entre 1904 y 1907 von Trotta no se hizo rogar para matar o abandonar en el desierto a unos cien mil hereros. Aunque se sabe poco, parece que también hubo una rebelión en Tanganika entre 1905 y 1907, en cuya represión habrían perecido otras setenta mil personas.
Si bien las muertes se detuvieron, a todo herero sobreviviente se le marcaba como HG (Gefangene, prisionero), con lo cual se pasó del exterminio a la concentración y al trabajo forzado.
Cabe agregar que, por esas colonias anduvo un tal Dr. Eugen Fischer, haciendo experimentos con los prisioneros, en base a los cuales en 1910 gritó al mundo que se debía impedir el mestizaje (las razas mixtas) prohibiendo matrimonios y sexualidad interraciales. El Dr. Fischer fue luego el más destacado eugenista nazi, nombrado por Hitler en 1933 rector de la Universidad de Berlín, dirigió el Instituto de antropología Kaiser Wilhelm de Berlín y en 1937 promovió la esterilización de 600 niños de Renania, hijos de alemanas y soldados africanos franceses. Murió en 1967 en su cama. Los alemanes perdieron sus colonias en 1918 y la Sociedad de las Naciones puso a los hereros sobrevivientes a cargo de la racista Sudáfrica.
Exploradores europeos: neocolonialismo y nacionalcolonialismos.
Pero esta no es una historia de alemanes malos, sino que, hasta la segunda mitad del siglo XIX, los europeos en general se habían limitado a explorar el interior de África. El explorador de los franceses fue Pietro Savognan de Brazza, un italiano naturalizado francés. Henry Morton Stanley fue un explorador mercenario galés que trabajó para el rey Leopoldo II de Bélgica, haciendo firmar acuerdos con una cruz a los jefes locales, obviamente nulos, pero todos se hacían los tontos y no los objetaban.
Los europeos no se metían al interior del continente, porque no tenían anticuerpos contra la malaria, la tripanosomiasis africana (enfermedad del sueño) y la fiebre amarilla. Pero apareció la quinina preventiva contra la malaria y también perdieron el miedo a los originarios al disponer de armas más poderosas, como la ametralladora.
Como la población europea se había duplicado y el capitalismo incipiente producía graves conflictos internos, decidieron competir colonialmente enarbolado banderas nacionalistas. Así fue como el neocolonialismo consistió en una disputa entre nacionalcolonialismos que se empeñaron en destruir África. A mediados del siglo XIX ocupaban únicamente un 10% del continente y en 1914 sólo se mantenían independientes Liberia y Etiopía. En 1860 África tenía ciento cincuenta millones de habitantes y a comienzos del siglo XX noventa millones.
Millones de africanos murieron por enfermedad, el desplazamiento poblacional extendió la mosca tse-tse y generalizó la enfermedad del sueño, la peste bovina mató animales y causó hambrunas, aumentaron las dolencias venéreas y, para colmo, eso coincidió con las sequías de fines del siglo XIX y comienzos del XX.
La hipocresía de los nacionalcolonalistas y su desfachatez no tiene parangón en la historia, pues se reunieron en Berlín en 1885, convocados por Bismarck, y mafiosamente repartieron África en una mesa, como si fuese una gran pizza. Por cierto, el punto 4 del Acta de la Conferencia de Berlín, como era de esperar, enunciaba el propósito de desarrollar el bienestar moral y material de las poblaciones autóctonas. En la mesa de la pizza se sentaron Gran Bretaña, Francia, Alemania, Portugal, España, Bélgica, Italia, Estados Unidos, Austria-Hungría, el Imperio Otomano, Rusia, Suecia y Dinamarca. Como era obvio, no había ningún africano.
En ese reparto, Gran Bretaña, que controlaba Nigeria y Ghana, sumó Egipto, Sudán, Uganda, Kenia, Sudáfrica, Zambia, Zimbaue y Botswana, consiguiendo un corredor desde Egipto a Sudáfrica. Francia se quedó con casi toda África occidental, desde Mauritania hasta Chad, además de Gabón y el Congo Francés. Bélgica recibió África central, o sea, lo que sería el Congo Belga. Portugal recibió a Angola en la parte occidental y Mozambique en la oriental. Italia manoteó parte de Somalia y de Etiopía. Alemania recibió Namibia y Tanzania, donde luego se encargó de matar a los hereros. A España le tocó el pequeño territorio de Guinea Ecuatorial.
El caso belga: Leopoldo II y el Estado Libre del Congo.
Además del desvergonzado reparto de un continente, la conferencia de Berlín tuvo una particularidad, que fue el caso de Bélgica, pues su gobierno no tenía interés en África, pero su rey Leopoldo II, montó una sociedad de la que se hizo presidente: la Association Internationale du Congo, representada en la conferencia. En seguida comenzó a hablar del Estado Libre del Congo y el Parlamento belga lo autorizó a proclamarse soberano, pero librándose el Estado de toda responsabilidad al respecto.
El empresario Leopoldo envió pocos belgas al Congo, unos 2.500 en total, pero su compañía formó un ejército de mercenarios asesinos de diversos orígenes: Zanzíbar, Liberia, Egipto, Etiopía, Ghana, Sierra Leona, Benin, con los que esclavizó a la población originaria, haciéndole extraer caucho y penando el bajo rendimiento con la amputación de manos y pies de los niños, reteniendo a las familias como rehenes y otras atrocidades.
Es imposible saber cuántas vidas costó este régimen de terror asesino, comandado por un rey que nunca puso un pie en el Congo, pero de los números que se sostienen, ninguno es menor a tres millones y algún historiador llega a calcular diez millones.
El genocidio del Congo fue generando un escándalo en Europa. Edmund Morel, un periodista inglés, fundó un periódico y escribió un libro. También le respondió a Kipling, el inventor de un continente de salvajes asesinos, que obtuvo el Premio Nobel en 1907. Casement, un cónsul inglés, también fue un denunciante; Mark Twain escribió King Leopold’s Soliloquy (1905) y Arthur Conan Doyle The Crime of the Congo (1909). La denuncia más difundida fue Heart of Darkness (1909), de Joseph Conrad.
Para evitar el control estatal belga, desde 1898 Leopoldo trasladó el domicilio de sus sociedades al Congo, pudiendo así falsear balances y pagar menos al Estado belga. Por cierto, no sólo fue autor mediato de genocidio, sino también un defraudador fiscal a su propio reino. Finalmente, por las presiones debidas a la difusión del genocidio, en 1908 el Congo pasó a ser formalmente colonia belga. El rey Leopoldo murió en su cama en 1909 y el territorio de la actual República Democrática del Congo se mantuvo como colonia hasta su independencia.
En la actualidad, no lejos de Bruselas, hay un lujoso museo de África Central, donde entre muchas cosas se exhibe una nota del administrador colonial dirigida al presidente Truman, pues el uranio de las bombas de Hiroshima y Nagasaki provenía del Congo Belga.
Resistencias y conflictos entre los nacionalcolonizadores.
Pero además de las testas coronadas, la Francia republicana también concesionaba el derecho a explotar a sus colonizados, cobrando el canon de las sociedades. Se desató un escándalo cuando en París se supo de la ejecución de un prisionero mediante un cartucho de dinamita en el recto; condenaron a dos funcionarios y comisionaron a Brazza para confeccionar un informe sobre la situación general. Brazza murió en el viaje de regreso a Francia –no se sabe si envenenado- y el gobierno francés ocultó el informe, descubierto en los archivos en 1965.
Por otra parte, los franceses construyeron entre 1914 y 1934 el ferrocarril de Point Noire a Brazzaville, en el viejo Congo francés (hoy República del Congo), con un recorrido de 510 kilómetros. Esta obra se realizó con el empleo de trabajo forzado de unos 125.000 congoleños, de los cuales murieron cerca de 20.000.
A todos estos crímenes deben agregarse las represiones, que nunca ahorraron muertes, a las poblaciones originarias que ofrecieron resistencia, les crearon conflictos y generaron redes solidarias. En Malí, por ejemplo, el rey resistió hasta ser deportado en 1898, en Benin pasó algo parecido, la resistencia zulú –cuyos ejércitos no eran mancos- fue vencida sólo por la gran superioridad bélica. Las rebeliones previas a la segunda guerra fueron constantes: Costa de Marfil (1881), Senegal (1885), Nigeria (1887 y 1897), Mozambique (1889), Benin, Zimbabue y Madagascar (1896), Ghana (1900), Congo (1903), Tanzania (1904), Costa de Marfil (1910), Angola (1911), Ruanda y Camerún (1912), Benin y Togo (1914), República Centroafricana (1924), República Democrática del Congo (1931).
Como la conferencia de Berlín se había limitado sólo al reparto de ese continente, no cesaron los conflictos entre los nacionalcolonizadores, como los suscitados entre Francia y Gran Bretaña por Sudán en 1901 y con Alemania por Marruecos en 1911, entre Rusia y Gran Bretaña por las fronteras de la India y con Japón por Manchuria en 1905. Alguno incluso repercutió mal en su metrópoli, como cuando en 1890 los ingleses pararon el avance de Portugal sobre el centro del continente para unir Mozambique con Angola, lo que causó la renuncia del gobierno, se acusó a la monarquía de entreguista, dejándola muy desprestigiada, hasta que asesinaron al rey y cayó en 1910.
La guerra blanca de Sudáfrica
Pero el conflicto más grave entre blancos fue la guerra de Sudáfrica (1899 a 1902), entre los ingleses y los bóeres, que se fue gestando desde 1870, cuando se descubrieron diamantes y oro y afluyeron los ingleses. Los holandeses se llamaban afrikáner y eran calvinistas de cultura agraria, con horror al mestizaje. Si bien ejercían el gobierno, fue aumentando el peso de los ingleses de cultura capitalista, hasta que estalló la guerra que ganaron estos últimos, quienes tuvieron el apoyo de algunos negros, a los que los bóeres no trataban demasiado bien.
Después de esa guerra, las cosas no mejoraron para la mayoría negra, los blancos exigían que se le limitasen las ofertas de trabajo, en 1927 se penaron las relaciones sexuales entre blancos y negros, la legislación se hizo más represiva, en 1930 surgió el filonazi Purified National Party de Daniel Malan, en 1935 se oficializó el apartheid y en 1948 se lo consagró oficialmente cuando Malan llegó a ser primer ministro y se sumaron más experiencias criminales en las décadas siguientes.
La historia como conexión.
Es indispensable recordar esta historia, porque no resulta útil mencionar hechos como si no tuviesen conexión, porque en la historia todo se conecta con todo. En principio, los nacionalcolonialismos no pudieron cometer estos genocidios en África, como tampoco los simultáneos e igualmente terroríficos en India, China, Indonesia y Oceanía, sin antes haberlos cometido en nuestra América sobre millones de indios y esclavos africanos, porque sólo con el oro y la plata americanos se volvieron poderosos, dado que antes de 1492 estaban bloqueados por el sur y por el este por los islámicos que les impedían el comercio terrestre con Oriente. Por eso, precisamente, mandaron a Colón al oeste y a Vasco da Gama al sur. Por otro lado, los nacionalcolonialismos se fueron volviendo más confrontativos y, finalmente, mandaron al diablo sus modos versallescos de 1885 y se enfrentaron en su propia casa en una guerra de treinta años en dos capítulos, el último de los cuales es innecesario relatar como terminó. En tanto, en cierto sentido nosotros triunfamos, porque logramos sobrevivir y estamos aquí, en nuestro Sur, defendiéndonos como podemos.
Buenos Aires, 19 de junio de 2021.
*Profesor Emérito de la UBA